Colonialismo semántico. Los límites comienzan con las palabras
Por Maylyn López - 9 de agosto de 2025
“Las palabras caminan sobre las piernas de los poderosos”, decía Eduardo Galeano. Y lo resaltaba con una síntesis ingeniosa: “Los mapas mienten. Siempre mienten. Nunca dicen todo lo que nuestros ojos ven, y nos ocultan lo que no quieren mostrarnos”. No hacen falta nuevos mapas para redibujar los límites. Basta cambiar una palabra.
A lo largo de la historia, los nombres atribuidos a lugares, pueblos y continentes han orientado percepciones, justificado conquistas y normalizado jerarquías. Y hoy, en una época en la que la geopolítica es cada vez más una guerra de narrativas, las palabras siguen siendo armas estratégicas. Roland Barthes hablaba de “mitos”: palabras que, al repetirse lo suficiente, pierden su origen histórico y se convierten en “naturaleza”. Esto ocurre cuando términos como “Medio Oriente” o “América” pasan desapercibidos: dejamos de percibirlos como elecciones lingüísticas para verlos como descripciones objetivas.
América o Estados Unidos: la hegemonía del nombre. Geográficamente, América es un continente. Pero, por metonimia hegemónica en el léxico global, se ha convertido en un país, estableciendo un marco geopolítico dominante. Llamar “América” a un Estado refuerza una imagen de centralidad natural, desplazando a los demás pueblos del continente a una periferia semántica.
Cuando en los telediarios, en los libros e incluso en la universidad se habla de “América” refiriéndose a los Estados Unidos, estamos ante un acto lingüístico de apropiación. Como denunciaba el escritor Eduardo Galeano en 1971: “Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros vivimos en una sub?América, una América de segunda clase, difícil de identificar. Es América Latina, la región de las venas abiertas”. “La geografía es un arte político: dibuja el mundo según quien lo gobierna”. La terminología colonial sobrevive en el lenguaje mediático contemporáneo, a menudo sin que lo percibamos.
Medio Oriente, Lejano Oriente: la brújula colonial. “Cercano”, “Medio”, “Lejano” Oriente: estas etiquetas no nacieron de coordenadas geográficas neutrales, sino desde la perspectiva de Londres y París en el siglo XIX. La distancia se calcula respecto al Imperio británico, no en relación con la realidad de los territorios. Como denunciaba con extraordinaria eficacia la escritora y médica egipcia Nawal al-Saadawi: “¿Medio respecto a qué? El mapa y el nombre ‘Medio Oriente’ nos los dieron los viejos colonizadores británicos. Egipto era ‘Medio Oriente’ en relación a Londres; la India era ‘Lejano Oriente’, también respecto a esos mismos gobernantes británicos. Este lenguaje colonial falso continúa hoy, bajo los neocolonizadores”.
Indo-Pacífico: la geopolítica de las nuevas palabras. En los últimos años, los documentos estratégicos de Washington, Tokio, Canberra y Nueva Delhi han sustituido “Asia-Pacífico” por “Indo-Pacífico”. No es un capricho lingüístico, sino un cambio de marco que sitúa a India en el centro de la arquitectura de seguridad y redefine prioridades geopolíticas.
Las palabras no siguen la estrategia: son la estrategia. Teun A. van Dijk, principal teórico del Análisis Crítico del Discurso, explica que el lenguaje no se limita a describir la realidad, sino que la organiza mediante “modelos mentales compartidos” que moldean nuestra percepción del mundo. Así, el discurso público reproduce ideologías seleccionando qué decir, cómo decirlo y qué omitir. Las palabras actúan como válvulas cognitivas: abren o cierran posibilidades de pensamiento y acción.
Del Tercer Mundo al Sur Global: ¿emancipación o nueva etiqueta? La expresión “Sur Global” nació para superar el lenguaje jerárquico de la Guerra Fría (“Primer”, “Segundo”, “Tercer” mundo). Pero, como observa al-Saadawi, incluso términos aparentemente progresistas pueden ocultar relaciones de poder: “Renombrar sin cambiar las estructuras es como pintar las rejas de una prisión”. El riesgo es que, bajo el paraguas del “Sur Global”, se oculten enormes diferencias entre países y contextos, produciendo una visión monolítica útil para nuevas lógicas de bloques.
Noam Chomsky y Edward S. Herman, en su Propaganda Model, explican cómo los medios seleccionan y filtran las noticias según cinco criterios: propiedad, publicidad, fuentes, “flak” (presiones de empresas o grupos de interés) e ideología dominante. Este sistema no solo transmite, sino que también filtra y normaliza ciertas palabras y perspectivas. Como ya advertía Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”. No es solo lo que se dice, sino cómo y a través de cuál canal. Los medios masivos difunden cualquier frame que deseen en fracciones de segundo.
Gaza y el vocabulario del genocidio. Como expuse en un artículo anterior, “Genocidio en Palestina: las técnicas con que los medios normalizan el horror”, hoy, en la narrativa mediática sobre Gaza, vemos la cirugía lingüística de la geopolítica en acción: “bloqueo” se vuelve “asedio”, “pausa humanitaria” reemplaza “alto el fuego”, “daños colaterales” oculta víctimas civiles. El “cuadrado ideológico” de van Dijk es evidente: Nosotros defendemos / Ellos atacan. Nosotros, impactos precisos / Ellos, terroristas. Esta semántica selectiva moldea la percepción internacional e incluso influye en decisiones diplomáticas. El verdugo se convierte en víctima. Y hoy, la anunciada ocupación de Gaza se vende como “liberación”.
La realidad es, al fin y al cabo, solo el “relato mediático” de quien domina y controla el poder de la palabra. Las palabras dibujan el mundo y el lenguaje se convierte en la herramienta más poderosa de la geopolítica.